«A un libro le pido lo mismo que a un viaje: que me deje un recuerdo bonito de lo vivido» Entrevista con Pablo Albo
Niños y niñas jugando con los límites, sin traspasar todavía la frontera que les separa del agua de una gran piscina. Porque todos sabemos que en la infancia todas las piscinas son muy grandes y, al principio, antes de descubrirlas, antes de dejar de temer sus profundidades, provocan miedo y fascinación. Pablo Albo, cuentista de largo recorrido (en todos los sentidos), nos sorprende en ‘Al agua, gallinas’ con una bella historia sobre estos sentimientos: los que puede provocar el descubrimiento de esa “parte acuática del mundo”, como diría Melville, que es una piscina, sobre todo cuando en ella, en sus bordes, gobierna un profesor gigantón, que no es lo que parece.
-¿Cómo se va componiendo una historia en tu cabeza?
Desde el caos y el desconcierto. La verdad es que, la mayor parte del tiempo, me siento un espectador de lo que mi mano escribe. Soy un desastre, la verdad.
-¿Qué te atrajo de las ilustraciones que te presentó Rocío Araya?
Son una maravilla. Contienen un universo propio del que quería formar parte.
-¿Tardaste mucho o poco en escribir el texto de ¡Al agua, gallinas!?; ¿las historias, a veces, se “atascan” o no es tu caso?
Sí, mucho. Rocío me hizo la propuesta de hacer un texto a partir de unos dibujos suyos. Lo intenté, pero no conseguí gran cosa. Se me atascó tanto que llegué a renunciar al proyecto. Luego lo retomé, claro.
-¿Se te suelen atascar las historias?
Las historias se me suelen atascar, sí. Creo que esta ha sido de las que más. Ahora me alegro mucho de no haberla abandonado… seguramente gracias a la tenacidad de Rocío.
-¿Qué le quieres decir a tus lectores con este cuento?
¿Yo? Nada. Espero que el cuento les diga cosas. Vete tú a saber qué. Supongo que será distinto para cada persona.
-En un cierto momento, saltamos de lo real, al mundo de la imaginación. ¿Eso es la literatura para ti?
Me gusta ese planteamiento, sí. Me interesa la capacidad de la literatura para permitirnos ver el mismo mundo de infinitas maneras diferentes.
-¿Qué distingue una buena historia de una mala historia?
Ja, ja, ja. ¡Eso quisiera saber yo! A mí me gusta que me sorprendan, que me emocionen (pero no me expliquen las emociones), que amplíen los límites de mi imaginario, que sean un tiempo deliciosamente inútil, no un instrumento para “trabajar” nada. Las buenas historias nos cambian un poco, pero a su manera, no con un sentido dictatorial por parte de la persona que las escribió. Yo veo un cuento como un universo al que me asomo. El libro, por tanto, es el viaje. Le pido lo mismo a un libro que un viaje: que me deje un recuerdo bonito de lo vivido. Una mala historia te deja un slogan, un panfleto, una reflexión encorsetada y torpe. Una buena historia, el deleite inexplicable del arte. Un placer que nos hace alegrarnos de ser personas.
-¿Qué es lo que más te gusta de esta historia?
Ay, imposible de decir.
-¿Y de escribir literatura infantil y juvenil?
Que me hace disfrutar como cochino revolcándose en el fango.
-Hay dos frases que para mí, dan al texto un toque enormemente poético: “Al final hicimos como se hacen las cosas importantes de la vida: a la de tres”.
“Y el sol siguió saliendo por la mañana, y la luna, algunas noches”. ¿Tú también tienes frases preferidas?
Sí, pero no te las digo para que no se enfaden las otras. Un abrazo.
Pues eso, Pablo. Un abrazo.