El zoo de las historias, nuestra aportación al centenario Rodari

Cuando Gianni Rodari nació en 1920 en Omegna, por Italia corría el desaliento. Sus compatriotas tenían la sensación de haber perdido la reciente Gran Guerra a pesar de haber luchado en el bando ganador. Miles de excombatientes pululaban por el país, cojos, mancos y llenos de rencor, sin encontrar trabajo. En el campo se sucedían las malas cosechas. Obreros y campesinos, alentados por la reciente revolución rusa, pretendían arrebatarle el poder a una temerosa burguesía. Y entonces llegó él. Un listo de manual, de nombre Benito Mussolini. Recogió todo aquel descontento, lo mezcló con cuatro consignas, dos citas y muchas mentiras y dio forma a la ideología fascista, que fue imponiéndose por todo el país a base de cuadrillas de matones. Lo increíble fue que logró tomar el poder y mantenerlo hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial, en la que esta vez sí, Italia luchó junto con los países perdedores, Alemania y Japón.

En ese ambiente creció el niño Rodari, y por eso no le gustaba hablar de su infancia. Sin embargo, ese niño ensimismado y pobre, ese joven que vivió la Segunda Guerra Mundial y que llegó a la literatura infantil más por añadir un salario extra a su maltrecha economía que por vocación directa, se convirtió en un autor de poesías y cuentos tan luminosos y alegres que todavía hoy nos deslumbran, nos sorprenden y nos hacen reír tanto como pensar.  Y es que el niño, el joven y el hombre adulto de la posguerra consiguieron salvarse a través de la imaginación y la fantasía.  Imaginación que, nos reveló el propio Rodari, sirve para hacer hipótesis, las mismas que hacen los científicos, o los matemáticos. Fantasía que siempre reivindicó como el mejor microscopio para explorar la realidad y el lenguaje.

 

 

 

 

 

 

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A FIN DE CUENTOS