
En la Orilla (y 5). Reflexiones estivales sobre promoción de la lectura
MARTA LARRAGUETA (1), Literatil
«¿De qué serviría la calidez del verano sin el frío del invierno para darle dulzura?». John Steinbeck.
Marta Larragueta firma la última colaboración de nuestra serie, en la que también han participado Román Belmonte, Javier Pizarro, Belén Juan y Marina Paños. Ha sido un lujo leerlos a todos en la orilla de hermosas playas.
Es una realidad que el número de mujeres que se dedican a la mediación lectora es abrumadoramente superior al número de hombres; algo que sucede también en otros ámbitos de educación o crianza, sobre todo cuando hablamos de la primera infancia. Sin embargo, me cuesta creer que esto tenga una influencia muy marcada en el desarrollo de hábitos lectores entre los chicos. Es cierto que son principalmente mujeres las responsables de labores de animación a la lectura, las que recomiendan obras, las que median entre los lectores más jóvenes y los libros; pero considerar que este hecho tiene como consecuencia que un amplio grupo de varones consideren que la lectura no es algo importante, creo que es simplificar un poco las cosas.
Las familias tienen un rol fundamental y maravilloso en el desarrollo del amor por la literatura; no invento la rueda si digo que cuando los niños nos ven devorar libros y saborearlos es mucho más posible que ellos también quieran disfrutarlos del mismo modo. Y en ese entorno no creo que haya tanta diferenciación de sexo, sino preferencias individuales. Resulta primordial que las familias sean conscientes de su gran poder de influencia (y la responsabilidad que conlleva) y que ofrezcan a los pequeños el mayor número posible de oportunidades para que se acerquen a la cultura. Y hablo de cultura, no solo de lectura, puesto que el placer por el teatro, la pintura, la música… en definitiva, el placer por disfrutar de cualquier forma de arte es uno de los mejores regalos que les podemos hacer a esos locos bajitos. ¡Al teatro, al cine, a las librerías! Ese sería un maravilloso grito de guerra que deberíamos repetirnos hasta la saciedad.
Familias, docentes, mediadores: acerquemos los libros a los niños, pero dediquemos tiempo a hojear, observar y seleccionar. Hoy en día la oferta es abrumadora y la calidad no siempre acompaña a la cantidad; no hablo de censurar lo que no nos parezca suficientemente bueno, pero reivindico la necesidad de investigar hasta encontrar las maravillas que pueblan los estantes de librerías y bibliotecas. Hay algunas que relucen, que brillan especialmente y con un inmenso valor como semilla de ávidos lectores. Pero para ello hay que leer mucho, rebuscar y tener ganas de dedicarle tiempo a disfrutar de los tesoros que ofrece la literatura infantil y juvenil. Por otro lado, Ana Garralón comentaba entre los hechos que minaban el gusto por la lectura también el del abandono de la mediación; todos adoramos la escena del adulto leyendo un cuento con el niño, ¿pero de qué edad es el querubín que imaginamos? Raro es evocar esa estampa con un lector mayor de 7 u 8 años. Nos planteamos la lectura como un proceso de decodificación del texto, pero perdemos de vista su componente lúdico, social, emotivo. Los niños no solo aprecian nuestra compañía cuando nos necesitan para descifrar lo que dicen las palabras; generar un espacio compartido de disfrute en torno a los libros sin importar la autonomía lectora y la edad de los pequeños tiene, probablemente, más influencia que el sexo del mediador.
Decía que no hablaba de censura, y lo repito, hasta lo gritaría. Habrá siempre títulos que nos convenzan más y otros menos, pero el gusto por la lectura nace de tener entre manos cientos de libros. La variedad que se agolpa en los expositores es tremenda y hay que aprovecharla. ¿Qué les gusta a los niños? Me encantaría hablar con quien tenga una respuesta a esta pregunta, pero tengo una todavía mejor: ¿qué no les gusta a los niños? Tenemos un asombroso súperpoder de saber lo que los pequeños no quieren, sabemos claramente lo que no les va a gustar; y lo mejor de todo es que con demasiada frecuencia lo sabemos sin siquiera haberles preguntado.
Seamos sabios y hablemos con los benjamines del lugar si queremos quedarnos pasmados. Recientemente, hablando de libro-álbum, me decía una niña de 5 años: “a mí me gustan los colores fuertes, pero que no se rompan”, mientras su compañero me regalaba unos días después una perla similar: “me gustan los colores flojitos, como que no están”. Estabamos hablando sobre la saturación de los colores en las ilustraciones y la pluralidad de opiniones y preferencias era mucho más interesante en un aula de Educación Infantil que en el panorama editorial. Ofrezcamos variedad y dejemos que disfruten y desarrollen sus gustos, sin tratar de imponer nuestras ideas preconcebidas: es mucho más divertido y suelen salir cosas preciosas.
Y dentro de esa diversidad entran por supuesto los libros informativos. Teatro, poesía, narrativa… Libros de distintos formatos, distintas temáticas, con o sin imágenes, con unas u otras técnicas de ilustración… Variedad, amigos, variedad. Personalmente entono el mea culpa y reconozco la escasez de recomendaciones de libros informativos que ha venido caracterizando la mediación lectora. En mi caso es resultado principalmente de dos factores: el desconocimiento de las maravillas que también se publican en ese ámbito y el rechazo que mi experiencia docente me ha provocado hacia la instrumentalización de la literatura infantil. Sin embargo, no creo que sea una cuestión provocada por la falta de modelos masculinos, creo más bien que es una necesidad de ampliar el campo de visión; los mediadores debemos ser conscientes de nuestra obligación de estar en continua búsqueda de tesoros. La solución es sencilla: basta por empezar con excursiones periódicas a librerías especializadas donde suelen saber mucho sobre joyas por descubrir. ¿He gritado ya eso de “¡A las librerías!”?