
«Apuesto por sembrar historias crecederas, que llamen al lector en varias etapas de su vida»
Charlar con Ana G. Lartitegui es un placer y un privilegio. Pocas personas como ella se encuentran igual de a gusto a ambos lados de la barrera, compartiendo ese doble perfil de creadora y ensayista. Si su obra artística es muy sólida y cimentada en varios importantes éxitos, su labor como investigadora, profesora de LIJ, divulgadora y crítica literaria no es menos importante. En esta entrevista repasamos toda su carrera y ahondamos en su libro más reciente, La nave de los necios, publicado por A Fin de Cuentos.
–La nave de los necios está recibiendo numerosos reconocimientos y premios. Cuando lo estabas creando, ¿fuiste capaz de imaginar este éxito?
El éxito es una fórmula en la que intervienen varios factores conocidos por todos, ¿no? Tener una buena idea, el esfuerzo y la dedicación que uno pone, una editorial que apueste por el libro, tener tiempo para trabajar con calma son factores de éxito, pero que no conducen a él directamente. De hecho, yo tenía mis miedos. Me daba miedo que se pensase que conectar el argumento con los maestros flamencos estaba pillado por los pelos o que tuviese demasiado peso dentro de la historia y eclipsase lo que en si tiene la historia de original. Cuando termino cualquier proyecto, me rodea la incertidumbre porque nunca sabes cómo el público va a reaccionar. Y luego no hay que minusvalorar el peso del azar.
En enero, la concesión del Premio Fundación Cuatrogatos, me pilló de sorpresa. Porque no es en los premios en lo que pienso cuando sale un libro. Siempre tienes esa pequeña inquietud, pero es una inquietud tranquila. Si viene un éxito, fenomenal. Ya cuando vino el segundo de las Bibliotecas de Madrid, me dije, hombre este ya es en suelo patrio. Porque yo creo que, quitando el Premio Euskadi, esta es la primera vez que se me da un reconocimiento en España. Y me llenó de alegría porque además era un premio de las bibliotecas. Y este último, el que he recibido de El Banco del Libro de Venezuela es un grandísimo honor. Todos ellos son dados por comités de personas expertas que manejan cantidad de libros. Eso sí que te abruma, madre mía, el darte cuenta de que entre tantos libros han elegido este. Entonces sí te atreves a pensar que algo tendrá si conecta con tanta gente. Lo que quiero decirte, básicamente, es que los éxitos de tu obra lo que te trasladan es una confianza en ti misma para seguir adelante. Aunque el no éxito tampoco es que te frene porque, al final, cuando uno tiene una vocación de verdad y una necesidad de sacar las ideas que uno tiene dentro, te mueves por necesidad, la necesidad vital de dar a luz proyectos literarios.
¿Por qué empezaste a interesarte por la ilustración?
Me hubiera gustado estudiar Bellas Artes, pero no lo hice. Para estudiar Bellas Artes en mis tiempos había que salir de Aragón y eso no convenía en casa. Así que opté por Ciencias de la Educación, que también me gustaba. Una vez que empecé a trabajar, la biblioteca de aula me trajo el primer contacto con los libros infantiles. Llamaban muchísimo mi atención. Era el principio de la década de los 80 y las ediciones españolas empezaban a hacerse eco de la colorida revolución que supuso la locura de los años 70 en Europa y Estados Unidos. Eran libros muy seductores. Recuerdo las colecciones «Altea Benjamín» y «Mi primera Biblioteca Altea», Los tres bandidos, de Ungerer, en la editorial Miñón, los libros de Lolo Rico con ilustraciones de Miguel Ángel Pacheco, Los viajes de Anno, de la editorial Juventud, las ilustraciones de Ulises Wensell, Manuel Boix,… y tantas maravillas nunca antes vistas que me abrieron un campo hacia el que terminé mudando mi actividad.
-¿Qué recuerdas de esos comienzos?
Bueno, no fue fácil reorientar mi carrera. Lo desconocía absolutamente todo sobre ilustrar libros. Lo primero que hice fue abandonar las aulas y buscar el mejor taller de acuarelistas de Zaragoza donde aprendí a pintar con José Luis Cano Peñarroya. Preparé una exposición como paisajista. Tenía 25 años entonces y vendí 10 cuadros. Fue muy emocionante. Luego me preparé un book y empecé a recorrer editoriales. Conocí aquí en Zaragoza al ilustrador Francis Meléndez quien me dio muy buenos consejos y así fue como me afilié a la Asociación Profesional de Ilustradores de Madrid (entonces solo había Madrid o Barcelona). Hice muchos buenos amigos entre los colegas y aprendí muchísimo de ellos.

Ilustración del libro La nave de los necios
-¿Cuál fue tu primer libro?
Un amigo que había terminado filología y estaba opositando para profesor de instituto había escrito un cuento muy divertido para sus sobrinos: El fantasma cataplasma. Lo quería publicar, pero tampoco sabía cómo hacerlo. Me propuso el texto, así que preparé unas ilustraciones que presenté a Edelvives y así conseguimos ambos publicar nuestro primer libro. Este amigo es Javier Sebastián. Con el tiempo logró publicar varias novelas para adultos. Pero este cuentecito fue también su primera obra. Por cierto que tuvimos un gran éxito con ella porque la colección se anunciaba en televisión y nuestro título acaparó las cámaras. Vendimos cantidad de ejemplares, más de cien mil.
-¿Y todos los demás, por orden de aparición?
Buf! No son muchos, pero seguro que se me olvidará alguno. Recuerdo el primero que publiqué con Sergio Lairla, también en Edelvives El botón Antón y la botana Ramona eran cuartetas muy divertidas.
Más adelante, juntos también, publicamos en Anaya El ciempiés metepatas, una curiosa historia en pareados. Con este gané mi primer reconocimiento: una Mención de Honor en el Premio Iberoamericano de Ilustración de Sevilla, en el 94.
Con otro cuento de Sergio, El charco del príncipe Andreas (Barco de Vapor, SM) gané uno de los Premios CCEI 1996.
Después vino La carta de la Sra. González (Fondo de Cultura Económica, 2000). Este texto de Sergio fue realmente muy especial. Ganó el Premio Mejor Libro de la FILIJ de México ese año. Después de 20 años la editorial A buen paso lo ha reeditado en España.
Para la editorial zaragozana de Imaginarium hice dos cuentos de cartoné para prelectores con los que disfruté mucho: Un elefante (canción popular) y Mi casa de Daniel Nesquens, ambos en 2001.
En 2003 me lancé a la piscina e ilustré un texto mío que edité con Edelvives: No se lo digas a nadie. ¡Después de 20 años se sigue vendiendo!
En 2007 puse ilustraciones para una antología de cuentos del escritor Aragonés Benjamín Jarnés en la maravillosa colección «Larumbe chicos» de Prensas Universitarias de Zaragoza.
Creo que fue un año después, ilustré una novela infantil de Ignacio Sanz, Titirimundi (Macmillan Infantil y Juvenil), ambientada en el famoso festival de Segovia.
Luego vino El libro de la suerte (A buen paso 2014), otro texto de Sergio y un éxito de público y crítica. Entre otras menciones y premios, obtuve por él el Premio Euskadi de Ilustración en 2015.
Después dediqué 9 años a mi faceta de investigación y divulgación de la LIJ hasta el 2020, año en que retomé mis proyectos creativos. Ilustré la poesía combinatoria de Mar Benegas para el libro Monstruos de cocina (Combel 2023) y lo último que acaba de salir: La nave de los necios, con A Fin de cuentos.
-¿De cuál de ellos te sientes, con el paso del tiempo, más orgullosa? Es decir, lo volverías a hacer exactamente así.
Cuando acabas una obra siempre sientes angustia e inseguridad. Pero con el paso del tiempo, veo que mis obras reflejan una maduración y no cambiaría ninguna. Especialmente emocionante fue la reedición de La carta de la señora González. En su día, este libro fue una aventura en la que ambos, Sergio y yo, abríamos una etapa creativa sin retorno. Nos lanzamos a explorar nuevos registros sin conciencia ni preocupación por la repercusión que tendría. Una vez publicado me entró un miedo tremendo por las ilustraciones. Pensé que eran muy distintas a lo que se consideraba dentro del rango. Pero, para nuestra sorpresa, fuera de España, la crítica habló de un hito en el álbum posmoderno. Aquí en cambio no fue bien distribuido y tuvo pocas ventas. Afortunadamente el rescate editorial de Arianna Squilloni (A Buen Paso) le ha dado visibilidad y nueva vida. ¡Y los niveles de calidad de la edición son excelentes!

Retrato de Ana G. Lartitegui realizado por Sergio Lairla
-¿Cuánto pesa el estado de ánimo en una obra, el momento vital en el que se produce?
Los altos y bajos del estado de ánimo me influyen poco. Para emprender un proyecto necesito energía. Mi forma de trabajar es laboriosa, es así como yo disfruto: investigando dentro y fuera de mí, engrosando las ideas, poniéndolas a prueba. El impulso, como un fogonazo, es importante para determinados momentos, pero para la carrera de fondo que yo practico tiene que haber una pasión a prueba de fuego, aunque suene paradójico. A temporadas los proyectos o los apuntes se quedan en el cajón reposando, mientras yo los muevo en la cabeza haciendo otras cosas, lo que sea. Si no tuviera esta energía de corredora de fondo tendría que adaptarme a ideas más explosivas. Es una opción. Lo veo igualmente válido, pero entonces tendría que pasarme a velocista. Seguramente tendrá sus ventajas. Quizá debería probarlo.
-¿Qué has aprendido a lo largo de todos estos años de profesión?
Que nada te da más satisfacciones que saber que estás haciendo justamente lo que quieres hacer.
-¿Qué adjetivos crees que le van bien a tus libros?
¡Buff! ¿Qué podría yo decir?: ¿artísticos, imaginativos, divertidos, sorprendentes, coherentes, desafiantes, filosóficos, alternativos, educativos,…?
-¿Siempre complejidad frente a sencillez?
Pues creo que no necesariamente. La aparente sencillez puede encerrar su complejidad y, de hecho, en literatura infantil el manejo de esta curiosa combinación es la clave del éxito de las historias.
-¿De qué adolece la LIJ hoy en España?
Hablando de los libros que hacemos aquí y desenfocando para obtener una visión de conjunto, en general diría que hay falta de imaginación y pocas ganas de innovar. Se cae en la mediocridad, en la reproducción de patrones que proceden de ese entorno seguro que dicta la corrección política y los valores cívicos. Otro problema surge cuando se recurre tanto al formato álbum para escenificar recursos de la oralidad. En cuanto a la narrativa para adolescentes la veo plagada de lugares comunes, aburrida, sosa y banal por momentos. Por supuesto, estamos hablando de los defectos, pero esa era la pregunta. También hay virtudes…

Ilustración de La nave de los necios
-Concha Pasamar enseñó La nave de los necios en clase a sus alumnos, chicos de 18 años formados en letras. Prácticamente ninguno conocía las obras originales, ni a los pintores, ¿qué te dice esto?
Es una lástima. ¿Qué me va a decir? Esto es el descuido general de las humanidades. La gente de la cultura no hemos sabido construir un relato a nivel mediático que responda ante la desvalorización sistemática de la cultura. En sustitución, nos bombardean con esta cultura de mercado tan propia del capitalismo artístico. Parece que solo tiene valor lo que está a la venta y olvidémonos de lo demás.
-Si hay que apostar por algo, ¿por qué apuesta la escritora e ilustradora Ana G. Lartitegui?
Por el cuidado de la subjetividad colectiva. Creo que los artistas y escritores debemos dar rienda suelta a nuestra subjetividad. Pero pensemos que con este empeño, en este caso contribuimos a crear también la subjetividad de niños y adolescentes. Por eso yo apuesto por sembrar historias crecederas, de fondo ancho, que convoquen al lector en varias etapas de su vida; que le aporten imágenes ricas y emocionantes; que lo conduzcan por sendas inexploradas y lo dejen con ganas de más. Eso será señal de he plantado la semilla correcta: hambre y sed de relato.