Los suecos no se hacen los suecos

Cuando estudiaba Filología Hispánica, tuve un profesor de latín, bajito y siempre bien atildado, que se lo sabía todo. Santiago Segura Mungía era una eminencia en lo suyo y un gran comunicador. Te podías pasar horas escuchándole hablar sobre cualquier cosa, siempre con interés, siempre con erudición. Le gustaba especialmente explicarnos a nosotros, futuros filólogos, el origen de ciertas expresiones idiomáticas de uso habitual, pero cuyo origen y sentido hoy desconocemos.

Entre estas expresiones está “hacerse el sueco”. Que nada tiene nada que ver con que los suecos no sepan nuestro idioma y por eso, cuando les hablamos no nos hagan ni caso. En latín soccus significaba zueco, ese zapato de madera que usan los campesinos en tantos lugares de la Tierra. De ahí viene, por ejemplo, la palabra zoquete (por asociarse el ser un tanto corto y torpe con el hombre de pueblo que usa estos zapatos).

Así que hacerse el sueco equivale literalmente a decir hacerse el zapato de madera. Es una manera metafórica de decir hacerse el torpe o el tonto. Nada que ver pues con los habitantes de ese hermoso país llamado Suecia, donde, al menos, por lo respecta a la literatura infantil, no solo no se hacen los suecos, sino que tiene mucho que enseñarnos.

Allí la literatura infantil y juvenil es una industria que funciona como una máquina bien engrasada. Los niños leen, (aunque ha disminuido, como en todos los países, el tiempo dedicado a la lectura entre los jóvenes), los autores escriben, los ilustradores ilustran y los editores publican con contención “ecológica”.

La literatura infantil  está muy enraizada en la mayoría de familias. La lectura diaria de un cuento antes de dormir es una costumbre generalizada y que no se abandona a edades tan tempranas como se hace aquí. Se considera a los lectores-niños como seres inteligentes con los que es posible abordar cualquier tema,  desde los más crudos, a los más fantásticos, sin olvidar nunca que la literatura es (no solo, sino también) entretenimiento.

Cuentan, además, desde 1965 con el  Swedish Institute for Children’s Books, una  gran institución dedicada a la investigación,  que divulga, promueve y promociona la LIJ con dinero público y donde todos los elementos de la cadena (autores, ilustradores, editores y universidad) están representados.

En España, la literatura sueca no es demasiado conocida, al margen de escritores como Astrid Lindgren y personajes como Pippi Langstrum (de la propia autora) o los Mumin. Una editorial de Madrid, El Gato Sueco, busca cubrir este hueco.

En la próxima entrada, el crítico literario Steven Ekholm, experto en el tema, trazará un breve panorama de la evolución de la LIJ en su país.

 

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