
«Cuando era niña, lo que cambió mi forma de entender la lectura y, con ella, la escritura, fue la poesía que descubrí en la biblioteca de mi abuelo»
Dice Mónica Rodríguez en esta entrevista que su aspiración mínima como escritora es poder seguir escribiendo. Que la máxima es que aquello que escribe consuele, emocione y alimente a otros. Quién la ha leído, no alberga dudas: ha logrado ambas. Y quienes no la han leído todavía: salgan disparados hacia alguna librería o biblioteca para hacerse con algunos de sus libros. Nos agradecerán el consejo.

Retrato de Mónica Rodríguez realizado por Rocío Araya
-Seguro que te lo han preguntado mucho, pero, ¿qué hace una científica como tú en un sitio tan incierto como este?
La ciencia y la literatura son dos caras de la misma moneda. Ambas tratan de responder a las preguntas que nos hacemos sobre la existencia. La ciencia desde lo objetivo y la observación y la literatura desde lo subjetivo y quizás la intuición. Son complementarios y se necesitan. A mí me gustan ambas porque me hago preguntas y soy curiosa. Después, la vida, las condiciones de partida, el azar, todo eso, te va llevando por caminos a veces insospechados. Cruzarme con Gonzalo Moure fue clave para tomar esa decisión de cambiar de rumbo. Hay personas generosas e inspiradoras que pueden transformarte y Gonzalo es una de ellas. Más vueltas del azar y aquí estoy.
-En ese sentido, el Premio Nacional de LIJ que obtuviste el año pasado por Umiko, ¿es una confirmación de que no te equivocaste al dejar tu trabajo por dedicarte a la escritura?
De nuevo el azar. Y, por supuesto, el trabajo. Y algo también, espero, de talento. Eso son los tres ingredientes para un resultado feliz: trabajo, talento y suerte. El más importante es el trabajo, el menos el talento. La suerte es el viento que ofrece oportunidades. Creo que esa ha sido mi proporción. El viento, además, ha estado a mi favor. Sin duda, este reconocimiento me hace pensar que ha valido la pena la decisión y el esfuerzo.

Doble página de Bajo el asfalto, la flor, el último libro publicado por Mónica Rodríguez con ilustraciones de Rocío Araya (A Fin de Cuentos ed.)
-¿Cuál es tu máxima aspiración como escritora?
Seguir escribiendo. Quizás esta sea mi aspiración sin más. Y la máxima que aquello que escriba consuele, emocione, alimente a otros.
-¿Fuiste lectora de niña? ¿Qué libros se han quedado en tu corazón para siempre?
Sí, fui lectora porque mi madre era muy lectora y mi abuelo tenía una enorme biblioteca en nuestro salón. Vivíamos rodeados de libros. Siempre leíamos (y sigo haciéndolo, por supuesto) en la cama antes de dormir. Leía los libros que había entonces de Enid Blyton, los de Guillermo el travieso de mi madre, incluso Antoñita la fantástica. Pero lo que me fascinó de verdad, lo que cambió mi forma de entender la lectura (y, con ella, la escritura) fue la poesía que descubrí en la biblioteca de mi abuelo. Recuerdo el Romancero gitano de Lorca, sentir una extraña fascinación sobre ese libro que no entendía en absoluto, pero que me emocionaba de una forma oscura y sin nombre.
-Una característica de tu escritura es que sitúas las acciones en ambientes muy diversos y que se nota conoces muy bien. ¿Cuánto tiempo decidas a documentarte antes de iniciar una novela? Por ejemplo, todo ese mundo de las amas en Japón que hay en Umiko.
Cuando las novelas no suceden en ambientes que yo haya habitado, intento desplazarme hasta allí, documentarme y conversar con gente que sí los ha vivido. En el caso de Umiko, por desgracia, no tuve la oportunidad de ir a Japón (ya me habría gustado), así que me tuve que conformar con la documentación, que hice de manera exhaustiva (leí narrativa y poesía japonesa, libros de viajes, ensayos, vi documentales sobre las amas, vídeos, películas…). Aún así fue necesaria la mirada de Yoshi Hioki, un narrador japonés afincado en Barcelona, para que estuviera presente en el libro el aliento y el alma japoneses, tan diferentes a los nuestros.
-Siguiendo con el proceso de la escritura, ¿cuál es tu método?; ¿escribes todos los días, solo cuando estás inspirada, te gusta escribir por la mañana o por la tarde…?
Suelo escribir por las mañanas, unas cinco horas, en las que me paso la mayor parte del tiempo releyendo y corrigiendo. Soy muy lenta, y cuanto más mayor me hago, más lenta soy. El día que mejor se me da escribo tres hojas, que seguramente se transformarán al día siguiente. Soy disciplinada y me encanta esta rutina, pero cuando salgo de encuentros puedo escribir en el tren, en el hotel, en los bares, donde sea y a cualquier hora, aunque cada vez me cuesta más. Solo si estoy muy metida en una novela consigo ser productiva.
-Se dice y se repite que los adolescentes leen poco; luego vienen las estadísticas a contradecir esta afirmación. Tú, que visitas a menudo colegios, ¿qué opinas?
Los escritores de LIJ visitamos colegios, institutos, bibliotecas para hablar de la escritura y la lectura con los jóvenes lectores. Nos encontramos con muchos adolescentes lectores (y algunos pocos ya escritores). Pero es verdad que el hecho de que nosotros estemos allí es indicador del buen trabajo de promoción de la lectura que se hace en esos centros. Hay muchos lectores apasionados adolescentes. Habría qué preguntarse qué leen y cómo y si eso es
suficiente. La adolescencia es también un momento en el que hay un bache lector. Muchos chicos que habían sido lectores de niños, lo dejan. Empieza a ser importante el grupo, tienen móvil, redes sociales… Y para leer hay que encontrar un tiempo en soledad, una lentitud que son difíciles en nuestro tiempo. Pero los adultos están, en general, peor.
-¿De dónde surge Bajo el asfalto, la flor?
Bajo el asfalto es una historia que nace de la letra de una canción de la que me habló Rocío Araya cuando estábamos proyectando hacer un libro juntas. Contenía una idea que a ella le gustaba. No recuerdo qué canción era ni qué decía exactamente la letra, pero venía a hablar de que toda ciudad antes de ser ciudad había sido un bosque o un monte o un prado. De qué precisamente debajo del cemento que pisamos hubo antes una flor o un árbol.
-De los temas sobre los que te interesa escribir, ¿cuáles están en Bajo el asfalto, la flor?
Hay muchos temas, está la naturaleza, está el amor, está la libertad, está la familia. Y sobre todo la transformación del mundo a través de la mirada de un niño.
-¿Serías capaz de resumir en dos líneas el argumento de este libro?
Me resulta muy difícil, lo intento: «Bajo el asfalto hubo una vez una flor, y un prado, donde acampó un carromato con una familia. Uno de los niños, fascinado por la flor, le cuenta sus secretos.» Regulín.
-¿Cómo ha sido la colaboración con Rocío Araya?; ¿qué opinas de sus ilustraciones?
Rocío es una gran profesional y una gran persona. Creo que nos entendemos muy bien. Sus ilustraciones me parecen magníficas. Tienen mucha fuerza, un manejo del color emocionante. Un dibujo poderoso bajo esa apariencia de trazo infantil.
-León es un personaje que, como editora, ya me acompaña para siempre. ¿Qué dirías de él?
Que a mí también me compaña. Es un niño con una mirada sobre el mundo alegre, soñadora, poética. Y esa mirada me resulta necesaria.
-¿Qué pedacitos de Mónica Rodríguez vas dejando en tus narraciones?
Siempre se deja algo, casi siempre bastante. A veces menos. Pero, por mucha ficción o fantasía, por muy ajeno al escritor que parezca un libro, por debajo siempre late el corazón del escritor. Porque es de lo único que realmente sabe algo. No mucho tampoco. Para eso escribe.
-Tu trabajo te ha permitido y permite conocer a mucha gente, ¿te ha impresionado o hecho ilusión conocer a alguien en particular?
Afortunadamente, mi trabajo como escritora me ha llevado a conocer a muchísimos escritores, ilustradores, editores… y te aseguro que, especialmente en el mundo de la LIJ, hay gente que no son solo grandes artistas sino grandes personas, gente con la que me pasaría horas hablando, escuchándolos, admirándolos. La lista es demasiado larga para ponerla aquí. Pero toma un libro cualquier de LIJ (de autores vivos españoles o iberoamericanos), mira quién lo escribe, quién lo ilustra, quién lo edita y estará seguramente en esa lista tan larga que atesoro.