
«Ilustrar un libro es adentrarte en un camino que no sabes dónde te va a llevar»

Maite Mutuberria, ilustradora de El zoo de las historias, trabajando en su estudio.
De niña, Maite dibujaba. De adolescente, Maite dibujaba, Pero no fue hasta acabar la carrera de Comunicación Audiovisual y decidirse a estudiar ilustración en la Escuela de Arte Díez de Madrid, cuando descubrió que sí, que era aquello a lo quería dedicarse el resto de su vida. Desde 2011, año en el que finalizó sus estudios, ha ido creciendo como artista a lo largo y ancho de treinta y siete libros. El último de todos: El zoo de las historias de Gianni Rodari, de reciente publicación.
-Maite, ¿cómo te enfrentas a un nuevo proyecto?; en concreto, ¿cómo encaraste El zoo de las historias?
Leo el texto varias veces, hasta tenerlo integrado en mi mente. Y después, me pongo a dibujar por dibujar, sin prejuicios, sin ideas, expectante. Lo que va saliendo en esos primeros bocetos, te va mostrando el camino a elegir.
-Si el texto no te gustara, por ejemplo, ¿no lo ilustrarías? ¿O siempre se puede encontrar una forma de abordarlo?
Si no me gusta o me chirría es dífcil que lo ilustre. Supongo que habría forma de encararlo pero no es lo mismo. Sí que creo que tiene que haber algo que enganche contigo, bien sea la historia, la temática, las metáforas que utilice, el lenguaje visual…
-¿Vas buscando el estilo, el ritmo, el color o estos se imponen?
Como te decía, para mí ilustrar un libro es adentrarte en un camino que no sabes dónde te va a llevar. A veces, ese camino está lleno de maleza y otras, pasa a ser una autopista. Me gusta mirar qué siento e ir tomando decisiones en función de eso. A medida que avanzo, voy tomando decisiones racionales también.
-¿Cómo describirías tu trabajo en El zoo de las historias?
He intentado que sea un trabajo fresco, desenfadado y cercano al espíritu libre de los niños y niñas que protagonizan las historias de Rodari. En cuanto al contenido, he pretendido que fueran ilustraciones más simbólicas que descriptivas. No quería que un texto tan narrativo y sus ilustraciones se pisaran, sino que cada lenguaje abriera una dirección de lectura.

Alguno de los bocetos que Maite creó para las ilustraciones del libro.
-Los colores, ¿cómo los has trabajado?
Para conseguir esa atmósfera que te comento he dibujado con pastillas de grafito acuarelable y lápices de colores. Una técnica que me permite dibujar rápido, plasmar el trazo inmediato y, al mismo tiempo, crear grandes superficies de color.
-¿Cada historia tiene su color? ¿Es el azul el color de El zoo de las historias?
El misterio, el miedo, la magia de la noche azul hilan el libro. Después, cada historia tiene su propio tono: los pardos del desierto, los verdes de la selva, el rojo de la realeza…
-¿Cuál es tu personaje preferido del libro?
¡Qué difícil! Estéticamente me gusta el bonobo de la portada. Pero quizá me quedaría con la ridículez y el movimiento de los soldados persas y egipcios.
– Cuando ilustras un libro, ¿te centras solo en él? ; ¿esa concentración es importante?
A veces trabajo en varios proyectos a la vez y divido la jornada. Pero sí, siento que concentrarse en un único proyecto favorece que surjan las ideas, formas y personajes que la historia te está pidiendo.
-¿Cuántas horas de dedicación hay detrás de El zoo de las historias?
Te las podría decir porque las tengo apuntadas, pero va a ser mejor que no (risas). Hay muchísimas horas y sobre todo hay tiempo, meses en los que el proyecto está en la cabeza, en los cuadernos, en los paseos… Aparte de esto, si algo bueno tuvo el confinamiento en mi caso, es que pude dedicar todas las horas del mundo al proyecto y sin grandes distracciones.

Su ilustración preferida, que aparece en el capítulo «Los persas y los gatos sagrados»
-En ese sentido, ¿consideras que está bien o mal pagado el trabajo de ilustrador?
Lo que se paga no es para nada proporcional a las horas dedicadas, eso está claro.
-¿Qué ilustradores te han inspirado, cuáles te han influido?
Difícil elegir. Sin duda, por cercanía, la sensibilidad y sutileza de Elena Odriozola. También me gusta la frescura de Javier Zabala o Jesús Cisneros. A nivel conceptual, me atrapan Isidro Ferrer y Pablo Amargo.
-¿Te has encontrado, a veces, desorientada, perdida o sin inspiración? (en el caso de que la respuesta sea afirmativa): ¿cómo lo has solucionado?
Huy muchas veces. En El zoo de las historias todo ha fluido y esto es genial, pero otras muchas veces me atasco, tengo dudas, no sé si tomar un camino o el siguiente… Cuando estoy así lo mejor es parar, tomar distancia, dejar que las imágenes respiren y volver a ellas con ojos nuevos. Lamentablemente, no siempre hay tiempo para esto.
-Sobre todo, has trabajado en el campo de la literatura infantil. ¿Te gustaría que te propusieran otro tipo de proyectos?
Sí, cada vez me llegan más propuestas para público adulto y me encuentro muy cómoda también.

«Lía era la gacela más elegante y veloz del continente africano»
-¿Tienes nuevos proyectos propios en el horizonte como Enorme suciedad?
Me encantaría. Tengo dos ideas desde hace tiempo y no consigo sacar tiempo para desarrollarlas. Concebir un libro de principio a fin es una sensación maravillosa.
-Tengo la sensación de que los ilustradores no sienten que los libros les pertenezcan tanto como a los escritores, que una vez han hecho el trabajo, la desvinculación es más mayor, ¿eso es así?
No lo veo así. Es verdad que depende de la implicación que tengas en el libro, pero yo sí que siento una autoría compartida con el escritor o escritora. Más bien, siento que a veces es desde fuera cuando se habla del escritor como único autor.
-Como lectora, ¿conoces la obra de Rodari? ¿te gusta?
Cuando era pequeña, en casa leíamos su Telefonozko ipuinak (Cuentos por teléfono en euskara) y, claro, yo ni siquiera sabía qué él era el autor. Años después, al terminar la carrera, una amiga me regaló su Gramática de la fantasía porque ambas estábamos fascinadas por el mundo de la animación. Y ya al comenzar en esto de la ilustración, me he ido leyendo otros libros, el último, su Libro de la Fantasía. Me gusta sobre todo su respeto hacia los niños y niñas, una visión sin prejuicios, sin paternalismo, sin tabúes.